Cada enseña tiene los franquiciados que se merece

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El método científico tiene dos formas de actuación, igualmente válidas y con similar número de partidarios en la comunidad investigadora internacional: el planteamiento inicial de una teoría, sobre la cual se van aportando ejemplos que la validan, y la recopilación de un grupo de casos semejantes, a raíz de los cuales se extraen conclusiones que conforman un principio sólido. Qué tiene que ver todo ésto con la franquicia y los franquiciados es lo que querrá saber el común de los lectores que haya llegado hasta aquí, antes de abandonar o no la lectura de este blog. A ello vamos.

Tomemos por un lado a las centrales, cada una de las cuales propone un supuesto concepto de negocio, recogido en los manuales operativos de su saber hacer, lo que podría considerarse a todos los efectos el cuerpo de su teoría. Posteriormente, trata de reproducir el éxito cosechado en uno o varios establecimientos piloto –precisamente los que le han servido para elaborar dicha teoría de lo que ha de ser su negocio– a base de conceder licencias a terceros para actuar bajo su nombre en otras partes del país, frente a otros mercados y ante otros consumidores, supuestamente diferentes, pero también supuestamente iguales. Pues una teoría, para ser válida y universalmente aceptada, ha de abarcar diversas posibles excepciones. Si lo consigue; es decir, si cada año va abriendo un número sensato de establecimientos, con el éxito que para el mundo de los negocios supone no cerrar tiendas –o no cerrarlas de tres en tres, que algún borrón se le puede escapar incluso al buen escribano– e ir incrementando la facturación de cada miembro de la red, puede decirse que se trata de una enseña seria, con unos principios sólidos, y por lo tanto fiable para el inversor que quiere apostar por ella sus ahorros.

Tomemos por otro lado a los periodistas especializados en el mundo de la franquicia, que actúan justo al revés: vemos cómo actúan unas y como lo hacen otras, en cada una de las parcelas en las que puede subdividirse este sistema (la selección de candidatos, la ubicación de los locales, la claridad del contrato de franquicia, la calidad de la formación impartida, el apoyo continuo que ha de prestarse a la red, etcétera) y llegan a la conclusión de cuáles son de fiar y cuáles otras son más falsas que un billete de 17,50 euros con la efigie del cocinero Chicote en el reverso. Las hay que aceptan a todo el que llama a su puerta, sobre todo si lo hace con el talonario de cheques en la mano; que le parece bien cualquier local, porque no se plantean si el nuevo franquiciado va a sobrevivir o no; que manejan unos contratos que no pasarían el listón ni enterrándolo, y no ofrecen ni formación inicial ni apoyo posterior que valgan. Afortunadamente, son las menos: lo que ocurre es que dejan en la estacada a mucho inocente desinformado que había metido en ese cesto todos sus huevos, lo que no deja de ser patético.

Que en esta sociedad nuestra de la información, en pleno siglo XXI, siga habiendo gente que dedique arduas reflexiones a comparase un automóvil, no dejando de consultar para ello a cuñados, compañeros de trabajo, amigos y conocidos, pero sean incapaces de asesorarse bien –qué menos que un abogado, para el contrato, y un gestor, para el plan de viabilidad– antes de abrir un negocio de 80.000, 90.000 ó 120.000 euros, es, como poco, llamativo. Se me ocurren un par de epítetos para el que obra así, pero no es políticamente correcto llamar zopenco y merluzo a nadie, ¿verdad?

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