El bueno, el feo, el malo y la franquicia en España

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El Bueno, el Feo y el Malo. El título de esta mítica película de vaqueros sirve a la perfección para definir tres tipologías de personas que es habitual encontrarse en la franquicia. Pero no me refiero a toparse con ellos en las cálidas llanuras meridionales del lejano oeste estadounidense. Sino detrás de esas marcas que acostumbramos a ver en los luminosos rótulos comerciales de nuestras calles. O que abarrotan los centros comerciales hasta hacerlos clones unos de otros.


Sí, amigos, conocidos, familia, acreedores… En la franquicia española –imagino que al igual que sucede en el mundo del Derecho, la Arquitectura o el macramé– hay buenos franquiciadores. Esto es, empresarios que poseen un negocio de relativo éxito, cuya apuesta por la franquicia es sincera y decidida. Y buenos franquiciados, emprendedores que hacen las cosas como se debe, y colaboran para engrandecer esta fórmula de inversión.

Hay feos, personas que están en esto igual que podrían haberse decantado por el negocio piramidal, la multipropiedad o las religiones tipo cienciología. Y hay malos, que son aquellos han decidido aprovecharse con premeditación y alevosía de la incomprensible ausencia absoluta de vigilancia sobre este sistema de colaboración comercial por parte de las autoridades. Y viven de estafar al prójimo con mucho o poco dinero y escasa o nula sesera.

Cuando los hermanos McDonald recibieron la singular propuesta de Ray Kroc, de extender su exitoso negocio de hamburguesería/heladería por todo Estados Unidos, no eran más que unos simpáticos y trabajadores hosteleros que tenían un fantástico local que crecía y crecía gracias a la aceptación del público. Ni a ellos se les había ocurrido abrir más allá de Santa Mónica, ni consultor alguno les había liado con los cantos de sirena de la expansión a través de un –por entonces incipiente aún– sistema de vinculación empresarial denominado franquicia.

Y su ejemplo es el que debiera cundir entre los empresarios serios. Hay que tomarse la franquicia en serio; no puede servir para financiarse a costa de terceros, ni es para dejar que pobres incautos, conejillos de Indias, abran en puntos geográficos y en emplazamientos donde vete-tú-a-saber-si-funcionará-nuestro-negocio; porque, total, como es su dinero… Así que si una empresa echa mano de esta fórmula de colaboración comercial ha de ser porque está convencida de sus ventajas, y también de sus obligaciones. Y los que así obran pueden considerarse, con toda razón, los buenos de esta película. Que los hay, ¿eh?

Lo que sucede es que por desgracia también hay feos. Que son justamente los que obran como acabamos de repasar que no debe hacerse. Los que no llevan funcionando más que seis meses y ya ofrecen franquicias del concepto. Cuando lo cierto y verdad es que no saben nada sobre su propio concepto de negocio.

Si funcionará más allá del siguiente mes o la próxima estación. Si el hecho de estar ubicado en un emplazamiento concreto es el secreto de su viabilidad, o por el contrario vale para cualquier plaza y sea cual sea su localización. O si sus cifras de explotación lo convierten realmente en un concepto de negocio rentable o no, pues no cuentan con un año de facturación completo. O si la imagen y el nombre y logotipo comerciales son mejorables, e incluso si habrían de modificarse por existir trabas al colisionar con otras marcas registradas… ¿Sigo? A estos, muchas veces les ha “vendido una burra” el falso consultor de turno; y otras, son feos a sabiendas…

Continuando con el símil del Oeste, son “blancos con lengua de serpiente”. que no dicen no cobrar canon de entrada, porque así ayudan a sacar adelante el negocio al que arranca, cuando en realidad es que poco o nada están dando a cambio de entrar en su cadena. Y nunca mejor dicho, lo de cadena…

Por último, están aquellos que quieren hacernos comulgar con ruedas de Boeing 787. Esto es, 9 de cada 10 de esos pseudoconsultores que, por desgracia, abundan en franquicia como los champiñones en las grutas húmedas y oscuras. Sólo que estos andan estafando al personal sin que, a estas alturas, las autoridades –sean las ministeriales o las autonómicas– o los jueces tomen cartas en el asunto, aunque solo sea para hacer que esta gentuza empiece a pagar por haber arruinado a cientos de familias: de franquiciadores y de franquiciados.

¿Y la Asociación Española de Franquiciadores? Esa, ni está ni se la espera.

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