La franquicia como modelo de desarrollo para pymes (1 de 3)

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En España, y en el resto del mundo occidental, la economía productiva la sostienen en su mayor porcentaje las pequeñas y medianas empresas, incluyendo aquí a los autónomos. No son ‘estrellas’ de los medios, salvo en casos momentáneos de éxito, como cocineros mediáticos o espabilados con ideas brillantes, pero gestionan esa malla mercantil que sostiene el sistema. Recibimos, y a partir de ahora voy a hablar en primera persona, puesto que soy uno de ellos, comunicaciones diversas de organismos oficiales y entidades financieras, la mayoría de las cuales resultan preocupantes; vivimos en la incertidumbre y, al menos en este país nuestro, no disponemos de líneas de ayudas realmente decisivas para el desarrollo de nuestros negocios. Y a pesar de esto, es algo contrastado que la mayoría de los empresarios (pequeños o medianos) que son capaces de sobrevivir y de constituir una estructura de negocio exitosa, piensa en desarrollarla, en crecer para consolidarse, y poder mantener y transferir un legado a sus descendientes.

Sabemos también que la teoría de sistemas proclama la necesidad de que los organismos crezcan para que no se enquisten y desaparezcan, así que traspasando esto a la práctica de las organizaciones, se entiende que la tendencia de las empresas que superan las primeras fases de constitución y asentamiento, sea crecer.
Crecer. Pero, ¿cómo? Aquí entran en juego las dudas, los miedos, aquellas incertidumbres… Todo muy humano. Y también la cultura empresarial, la razón práctica, el apoyo social… Y, finalmente, la estructura financiera necesaria para ese crecimiento: el capital.

Todo este cóctel se contrarresta por la conciencia de la necesidad de crecimiento y por el orgullo del resultado final al hacerlo, aparte, por supuesto, del cálculo de beneficios, fin último, no único, de un ente con ánimo de lucro.

Cuando los empresarios comenzamos a pensar en cómo expandir nuestro negocio, solemos hacer varias cosas: en primer lugar partir de la seguridad de que el negocio en cuestión es rentable, esto solemos tenerlo claro en este punto; aun así revisamos las cuentas y los resultados anuales con nuestros asesores. Convencidos de la oportunidad y teniendo en cuenta el clima socio económico en el que naveguemos (lo de los ciclos: crisis-crecimiento), hacemos números, pintamos posibilidades de objetivos, consultamos y discutimos (con los socios si los hay, con la familia o con los asesores o empleados de confianza) y marcamos objetivo y hacemos planes; finalmente o a la vez se trabaja en un plan de negocio: previsión de ingresos (esto es como la carta de los reyes magos), inversión necesaria, pagos, etc. y aquí la cosa se complica: hay que tirar de los remanentes si existen, hay que pedir créditos, debemos ajustar gastos en el futuro inmediato y reducir nuestros beneficios… Parece que si la cosa es como pensamos en unos años pagaremos los costes, retornará la inversión y habremos crecido ganando dinero al final. Riesgo en cualquier caso.

Durante todo este proceso de maduración y planificación, aparece por el camino la idea, últimamente más conocida, de la franquicia.
Digo que es más conocida, pero no bien conocida. Se sabe que en los últimos años en España se ha extendido y están a la vista: cualquiera con cierta cultura empresarial o de comercio puede mencionar algunas marcas relevantes. Pero, ¿cómo se construye una franquicia? ¿qué inversión requiere? ¿cuáles son sus ventajas? ¿y sus inconvenientes?

Hay que ponerse al día. En mi caso es fácil, porque una de mis actividades empresariales es la de asesor de franquicias, con lo cual tengo un criterio formado, opiniones al respecto y dispongo de un método –véase que utilizo el indefinido no el determinado–, que expondré, d.m., en mi próxima entrada de este ‘blog’. Les toca aguardar…

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