Franquicias trampolín y franquicias tobogán

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En el club de verano donde pasaba buena parte de las mañanas estivales había una piscina con trampolín y tobogán. Ambos permitían acabar en el agua, que era el objetivo de cuantos chavales pasábamos horas a remojo. Pero no hacía falta grandes dotes de observación para darse cuenta de que uno permitía hacerlo con más estilo que el otro. Todos hemos visto alguna vez a alguien haciendo el salvaje desde un trampolín: aprovechar el impulso que proporciona la tabla flexible para caer al agua con estruendo, pero también hemos desfrutado de no pocas zambullidas equiparables a las de un delfín de parque acuático. Y sin embargo no se tiene noticia de nadie que se haya dejado caer por un tobogán y no se haya hundido con la gracia de un saco de patatas.

De hecho, el trampolín exige equilibrio; es preciso impulsarse con brazos y piernas coordinados. Permite equivocarse, pero también ser creativo. Y sobre todo gratifica el esfuerzo realizado y hace que merezca la pena haber elegido lanzase hacia arriba, impulsado por uno mismo, a subir unos pocos escalones, con cuidado de no resbalar, y depositar el trasero sobre una superficie mojada que conduce irremisiblemente hacia abajo. De hecho, observar quienes optan por uno u otro es descubrir mucho sobre la naturaleza humana.

Lo mismo pasa a la hora de poner en marcha un negocio echando mano de la franquicia. Hay quienes optan por deslizarse hacia abajo, dejando que una mala selección de las ofertas disponibles en el mercado suponga acabar firmando por una enseña del montón, o lo que es aún peor: de poco fiar. Una franquicia sin un saber hacer propio, claro y exitoso, sino una mera copia de algo ya existente. Cuando no creada por un ex franquiciado listillo y con tan pocos escrúpulos, que pretende timar a quienes son ahora lo que él fue hace no tanto: candidatos ilusionados con tener su propio negocio, pero que no sospechan lo poco consistente que es el concepto por el que están apostando.

El que haya quienes se dejen caer por el tobogán de elegir mal una franquicia conduce, con más frecuencia de la que aceptable, al cierre constante de comercios. Qué pena que a las autoridades ministeriales, autonómicas y locales les importe un silbato, porque se limitan a cobrar impuestos. Por el contrario están quienes eligen reinventarse –ese término aparentemente devaluado por el abuso que se ha hecho de él– y deciden ser quienes impulsen el salto: buscan, comparan y eligen una enseña como es debido, como una oportunidad para tener su primer trabajo, para recuperar su autoestima profesional o como simple método para invertir seguro. Se plantan ante la pileta y sacan partido del talento propio, porque han sabido escoger una franquicia que premia la iniciativa y que sabe valorar el conocimiento que tiene del mercado local cada franquiciado. De ese modo, evitan el desastre de una cadena que, o no les conducía al agua, o lo hacía sin la recompensa de la gratificación personal.

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