(La bastarda relación entre) Franquicia y ‘low-cost’ (1 de 2)

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Parece que nos hemos acostumbrado a escuchar –y aun a emplear a todas horas– el término anglosajón low-cost (bajo coste). Pero, ¿resulta correcto utilizarlo en franquicia? Más bien parece que no, porque en el mundo de los negocios, como sucede en general en la vida, reza el «tanto arriegas, tanto ganas». Y si ya comienzas siendo cicatero a la hora de invertir en tu futuro, mal vamos. Así que si ves juntos franquicia y low-cost, lee detenidamente la letra pequeña o huye despavorido.

Lo que si sucede es que, amparados en la bonanza económica de hace unos años, no pocas enseñas estuvieron cobrando lo que no valían realmente, y ahora se han visto obligadas a descender a la realidad. Pero cuando tu interés por crecer en franquicia está en una expansión seria y controlada, y no en recaudar cánones de entrada para luego «si te he visto, no me acuerdo»; cuando el objetivo de recurrir a esta genial fórmula de colaboración comercial es obtener ganancias económicas al mismo tiempo que –y no a costa de– el franquiciado, ¿qué necesidad hay de presumir de que tu negocio es low-cost, como si eso fuera un como valor añadido per se? Las cosas valen lo que valen, y punto.

Tanto pones, tanto ganas

No hace falta ser ingeniero para darse cuanta de que cuanto menos dinero desembolses, más fácil vas a tener el amortizar y el rentabilizar tu inversión. Pero, ¿quién monta un negocio pensando en lo que cuesta, y no en lo que va a procurar? Desde luego, si dos cadenas de franquicia ofrecen lo mismo, y una cuesta menos, su rentabilidad parece mayor; el problema es si cuesta menos y ofrece también menos.

Habría que preguntarse en qué se basa un negocio de bajo coste. ¿A que en castellano ya no suena tan glamuroso? ¿Cuáles son las claves para que la inversión sea, en muchos casos mínima? ¿Un local muy reducido va a ayudar a vender? ¿Es que no necesita personal? ¿Y reformas; siquiera una mano de pintura? ¿Es que los establecimientos de esas cadenas no guardan una línea estéticamente homogénea, que los haga identificables por el gran público? ¿La mercancía se entrega en depósito? ¿No se pagan royalties, ni cánones? Entonces… ¿qué le están dando a uno por sus ahorros?

Porque no cobrar canon de entrada es a todas luces descabellado: la entrada de cada nuevo franquiciado tiene un coste (desplazamientos, estudios, formación, etcétera); si es que se le facilitan, claro. Además, el saber hacer tiene un valor. Si lo tiene, porque hay franquicias que parecen de chiste, y franquiciadores más cómicos que Mister Bean.

Mirar con lupa por qué se paga

Y es que, vamos a ver, ¿para qué tipo de emprendedor es ideal un negocio de bajo coste? Está claro que se adapta mejor a una persona que busca autoemplearse, y cuanta con lo justo. Por lo tanto, cuando ese perfil busque una franquicia, deberá asegurarse bien de que el canon de entrada y los ‘royalties’ –si es que los hay– estén plenamente justificados. Y si no se cobran, averiguar el porqué. Lo cual siempre son buenas noticias.

Las principales ventajas que podrían tener invertir en enseñas con una baja inversión son: que se entra a formar parte de una cadena que va a crecer –al menos en teoría– con mayor rapidez que otras, porque a los candidatos a franquiciado no les va a frenar el montante económico necesario para afrontar la instalación del negocio; que éste se ubica además en locales por lo general más pequeños, y no necesariamente emplazados en zonas comerciales de primer orden, por lo que la partida de gasto inmobiliario es también menor; y que las economías de escala que caracterizan a toda cadena (mayor fondo para acciones publicitarias, mejores condiciones de compra con los proveedores, etcétera) también empiezan a notarse antes, por lo que la notoriedad de la marca, y con ella la de cada establecimiento franquiciado, se ve beneficiada.

(Continuamos la semana que viene)

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