Seis honrados servidores me enseñaron cuanto sé…

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Extraños tiempos éstos en los que hay que andar resaltando lo obvio, y repitiendo en voz alta, a riesgo de ser tachados de pesados, aquello que se ha repetido con antelación cientos de veces, pero que al parecer ha surtido poco efecto entre quienes leen –mal– y escuchan –peor– información sobre franquicia. Éste es un sistema de colaboración empresarial de éxito contrastado; pues de otro modo no hubiese alcanzado la notoriedad planetaria de la que goza, adelantándose en un par de décadas a los aires de globalización que soplan en la actualidad. Pero no se trata de una fórmula milagrosa, que funcione por patán que sea el franquiciado, o viceversa, por muchas ganas y talento que ponga un emprendedor capaz a un negocio ruinoso de origen.

Como sabe todo aquel que ha estudiado ciencias –aunque sean pocas– en su infancia, toda fórmula tiene componentes, cuya precisa mezcla en el experimento es precisamente clave para el éxito del mismo. Y los ingredientes para que la receta de la franquicia resulte no sólo comestible, sino incluso sabrosa, se ha repetido ya en esta revista un millón de veces. Pero no importa. Volveremos sobre ello tantas veces como sea necesario, porque los periodistas, aunque somos más bien “de letras”, acostumbramos a guiarnos por aquello que escribió hace medio siglo el genial Rudyard Kipling: «Seis honrados servidores me enseñaron cuanto sé. Sus nombres son cómo, cuándo, dónde, qué, quién y por qué…». Sencillo, ¿verdad? Pues seguramente detrás de esa aparente sencillez se esconda la clave para no ir por la vida metiendo el pie de charco en charco.

Prueben a hacernos caso, aunque aún no nos conozcan bien (ya lo harán). Se encuentren en el sillín delantero o en el trasero –la metáfora del tándem, con franquiciadores y franquiciados pedaleando en la misma dirección, siempre nos ha parecido más afortunada que la de los dos lados de la barrera–, el ‘blog’ que tienen delante va a estar plagado de claves interesantes a tener en cuenta: pistas para identificar a las enseñas serias, que las hay; explicaciones sobre lo que es el famoso ‘saber hacer’ del que tanto presumen las franquicias; obligaciones y servidumbres que tiene esta fórmula de colaboración comercial; enseñas a las que no les basta que los candidatos tenga la capacidad financiera necesaria para poner en marcha el negocio, sino que buscan su implicación en el día a día y exigen que pase por un arduo periodo de formación; por qué no cabe sentarse a esperar que el rótulo por el que se ha pagado rinda los frutos económicos deseados, etcétera. Regrese de vez en cuando, y déjese aconsejar.

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